Si a cada uno de nosotros nos preguntaran cuál es el estilo de la llamada “música popular” que nos parece más rupturista, seguramente daríamos respuestas dispares: el punk, el heavy metal, la música disco,… Sin embargo, es el rap el estilo que, según un reciente estudio basado en el análisis de más de 17.000 éxitos desde 1960 hasta la actualidad, se revela como el más transgresor. Lo interesante de esta investigación, dirigida por el profesor Arman Leroi y un equipo de matemáticos y biólogos, es que se ha hecho considerando las propiedades de los acordes y de los timbres de dichas canciones (es decir, utilizando datos objetivos, no emocionales) para estudiar su evolución en un sentido darwinista: big data al servicio de las artes. El estudio da como resultado una agrupación de todas esas canciones en 13 grandes estilos, y concluye que, parafraseando a Charles Darwin, “la cultura es el resultado de un proceso de descendencia con modificación.” Dicho de otro modo, no es que esté todo inventado, sino que la creatividad humana no es disruptiva, sino evolutiva. Un ejemplo claro es el de Bob Dylan, tal y como se explica fantásticamente en este vídeo del TED titulado “Acepta el remix”, en el que Kirby Ferguson demuestra que señala que los creadores más célebres toman prestado, roban y transforman.
El análisis de los miles de datos del estudio señala tres grandes hitos evolutivos en la historia de la música popular de los últimos 55 años:
- El primero sobre 1964, con la llamada “invasión británica” de las listas de Estados Unidos, tomando como detonante el “I wanna hold your hand” de los Beatles, lanzado en diciembre de 1963, y que fue número 1 de las listas norteamericanas durante meses y meses.
- El segundo momento ocurrió alrededor de 1983, aunque las baterías preprogramadas que popularizó Phil Collins se consideran el mayor varapalo de la historia reciente a la diversidad musical.
- Y el tercer salto evolutivo tuvo lugar a principios de los 90, con la llegada y popularización de raperos como Nas, Snoop Dogg y Busta Rhymes.
En la actualidad la gran oferta musical disponible es un caso histórico sin precedentes, adecuándose a los gustos de todo tipo de públicos: desde la mayoría elitista amante de los acordes de séptima usados en el jazz y en el blues a los fans de artistas pop con éxitos de mercado a modo de “Earworms” diseñados para parasitar nuestra mente.
Esto es característico de una época en la que decidimos nuestra elección y compra confiando en los algoritmos de Spotify, Amazon o Google, que elaboran o condicionan nuestro gusto a base de recomendaciones de artistas similares. La explotación del big data de millones de usuarios con gustos parecidos a los nuestros nos hace tremendamente predecibles y manipulables. ¿Me gusta esto porque me gusta a mí o porque es un gusto condicionado? ¿Cuántos superaríamos el Test de Turing aplicado a nuestras decisiones de compra, donde muchas necesidades habrían sido “implantadas” en nuestros subconscientes? Según filósofos como Daniel Innerarity, en la época del conocimiento 2.0 lo verdaderamente transgresor sería que las inteligencias artificiales de estos motores de búsqueda nos ofrecieran resultados completamente diferentes a los mostrados: “Sabemos que a usted le gustan Rihanna, Miley Cyrus y Kate Perry, pero ¿qué tal si hoy prueba el blues de Lightnin´Hopkins?”
Esto se podría llevar a otros ámbitos, como por ejemplo la lectura o incluso las ideologías políticas, ya que estudiar la antítesis de lo que nos gusta leer o comprender el programa de nuestra némesis ideológica nos haría más empáticos y mentalmente más abiertos. Facebook se ha convertido en una burbuja ideológica en la que solo leemos opiniones de personas que piensan o sienten como nosotros, lo cual es limitante para nuestra flexibilidad o capacidad de innovación. Cuando escuchamos algo que nos rompe los esquemas (una opinión o una canción) sentimos un clic en nuestro interior. Nos ponemos en “modo alerta” para rebatir el punto de vista del otro y para intentar hacer prevalecer el nuestro con argumentos convincentes. Por tanto, ver, oír, probar, tocar cosas diferentes más allá de la zona de confort nos sirve para desarrollar nuestras habilidades de escucha activa, de negociación, de comunicación, de empatía y asertividad. Romper nuestros propios esquemas escuchando música distinta a la habitual es un sencillo ejercicio para entrenar nuestra creatividad, así como para comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Y además, es divertido.
Imagen: «Music non stop» de Kraftwerk, aparecida en: http://ro-kaleid.deviantart.com/art/Music-Non-Stop-126413552