En la actualidad, cuando llega el momento de organizar un viaje o unas vacaciones son cada vez menos los que siguen recurriendo a una agencia de viajes física o virtual. Cada vez son más las personas que se lanzan a planificar sus estancias y recorridos utilizando nuevos modelos de negocio como Airbnb o Uber. La duda es, tal y como se expone en este artículo, ¿hasta qué punto dichos modelos son realmente “colaborativos”? Si bien hay una relación directa propietario-usuario/consumidor, al haber una transacción económica y una plataforma o Marketplace que coordina y gestiona la relación entre las partes no se podía hablar en sentido estricto de “colaborativo”, ya que este concepto implicaría el intercambio de servicios como única contra-prestación entre las partes, o bien la asunción de los costes entre ambas sin más beneficios para un tercero.
Un modelo que sí podría considerarse de economía colaborativa es el de los llamados Greeters, voluntarios que hacen recorridos -no tours- comentando sus experiencias personales y anécdotas. El movimiento como tal nació en Nueva York y ya ha sido exportado a otras ciudades del mundo como Bilbao. A diferencia de los guías, no tienen acreditación como tales y no cobran por sus servicios, aunque en algunos casos aceptan donativos de corporaciones o propinas de las personas que se suman al recorrido. Ante esta iniciativa no han tardado en saltar las alarmas de los guías profesionales que, como en el caso de Uber, acusan a los Greeters de intrusismo y de competencia desleal. Se puede considerar que este fenómeno no es algo muy diferente a lo que ocurre desde hace décadas en muchos lugares de interés arqueológico o histórico del mundo, donde es fácil encontrar a la entrada a decenas de guías “extra oficiales” que ofrecen sus servicios a un coste mucho más bajo (con el riesgo inherente a esto de que el recorrido sea de baja calidad), a cambio de “la voluntad”. La diferencia principal radica en que los particulares se ponen en contacto con los Greeters través de un formulario para planificar la visita, y sobre todo, en que no se espera un beneficio por parte del cicerón.
En un mundo cambiante es lógico que proliferen numerosas iniciativas de este tipo, negocios que dan respuesta a necesidades de los usuarios (viajar más barato, con más flexibilidad, a medida…) y que se acomodan en resquicios de “alegalidad” que los sistemas legislativos actuales no tenían ni siquiera previstos. El debate surge cuando ligado a eso se producen irregularidades como la evasión fiscal, o el intrusismo real que pone a los profesionales que acatan las normas en desventaja respecto a los que no. Un claro ejemplo es el taxista de España que abona sus recibos de autónomo, licencias, seguros y demás respecto al conductor de Uber, que ingresa directamente su ganancia. O el modelo por ejemplo de hoteles por horas de byhours.com respecto a los particulares de Airbnb que deberían declarar sus ingresos directos en concepto de alquiler de primera o segunda vivienda.
Esta situación de cambio constante seguirá provocando ataques y contraataques que deben verse como sintomáticos de la transformación digital. Las empresas nativas digitales se seguirán reinventando constantemente para seguir haciendo frente a las nacidas en lo analógico o en proceso de cambio. Uber ya lo está haciendo y ha reconvertido a sus chóferes, que no pueden ejercer como tales, en repartidores de comida a domicilio. Hoy son Uber Eats. ¿Y mañana…?
Fuente de la imagen: http://www.consumocolaborativo.com/2014/12/08/presentacion-de-sharing-espana-10-de-diciembre/