En el contexto intelectual y filosófico conocido como humanismo del Renacimiento (s. XV) los retratos se convirtieron en una forma de celebrar y conmemorar los logros y el prestigio social de individuos específicos. Los retratos eran a menudo encargados por la aristocracia y la creciente clase media como una forma de demostrar su riqueza, estatus y erudición. Las obras podían ser de ellos mismos, de sus familias o de figuras importantes y poderosas con las que deseaban ser asociados.
Gracias a avances significativos en las técnicas de la pintura, así como una mejor comprensión de la representación de figuras y espacios en tres dimensiones, los retratos se convirtieron en una gran oportunidad para que los artistas demostraran sus habilidades.
De esta etapa histórica y cultural conocida como Renacimiento son bien conocidos algunos retratos que han pasado a la historia del arte universal, de los cuales destaca la «Mona Lisa» (1503) de Leonardo da Vinci, posiblemente la pintura más reconocida en todo el mundo. La sonrisa enigmática de la mujer y su mirada atraen a los espectadores, mientras que el uso del sfumato (la técnica de suavizar los contornos y los tonos de color) contribuye a la sensación de realismo y profundidad.
Otro ejemplo excepcional es el «Retrato de un hombre con un medallón de Cosme el Viejo» (c. 1475) de Botticelli, en el cual el artista florentino pone de manifiesto una delicada atención al detalle, así como una gran habilidad para captar las texturas de la piel y la ropa.
Por su parte, «El hombre del guante» (c. 1520) es un excelente ejemplo de maestría en la pintura de retratos de Tiziano, conocido por su uso del color y su habilidad para captar tanto la apariencia física como la personalidad de sus modelos.
Del equilibrio del Renacimiento a las pasiones del Barroco
Por su parte, el periodo conocido como Barroco (s. XVII y principios del XVIII) se caracteriza por su teatralidad y su énfasis en las emociones y la pasión. En este contexto, los retratos permitían a los artistas capturar expresiones y gestos dramáticos, y a menudo se utilizaban para transmitir mensajes sobre la religión y el poder. Los mecenas, que a menudo eran la Iglesia o la monarquía, solían encargar retratos para demostrar su piedad o su autoridad.
Al igual que en el Renacimiento, los retratos en el período barroco ofrecían una oportunidad para demostrar habilidades técnicas, incluyendo el uso de luz y sombra (claroscuro) y la atención al detalle por parte de los artistas.
Uno de los retratistas más conocidos y universales del Barroco es Rembrandt van Rijn. Además de los encargos, Rembrandt creó una serie de autorretratos a lo largo de su vida, documentando su propia evolución como artista y como individuo.
En España, Diego Velázquez alcanza la maestría absoluta con su gran obra “Las Meninas” (1656), que es tanto un retrato de la infanta Margarita y sus damas de honor como una reflexión sobre el arte de la pintura en sí. Velázquez era conocido por su habilidad para capturar la textura y la luz, así como por su ingenioso manejo de la perspectiva y su capacidad para perforar en el alma de cada retratado.
También cabe citar a Peter Paul Rubens, prolífico pintor flamenco conocido por sus retratos vibrantes y emocionales. Su obra «Retrato de Hélène Fourment» (1630) es notable por el uso de la luz y el color para retratar la sensualidad y la belleza de la joven esposa del artista.
Cada uno de estos artistas capturó la esencia de su tiempo y contribuyó al desarrollo del arte del retrato. Sus obras son universales porque trascienden las épocas y las culturas, permitiendo a los espectadores de todo el mundo apreciar y conectarse con su arte siglos después de haber sido creadas.
De los autorretratos a los selfies
El fenómeno de los selfies o autorretratos tomados con un teléfono móvil ha crecido en popularidad debido a diversas razones sociales y psicológicas. Los selfies permiten a las personas presentarse a sí mismas al mundo en sus propios términos: pueden controlar cómo se ven, qué aspecto de su personalidad o de su físico desean resaltar, y qué partes de sus vidas desean compartir. También son una forma de conexión social con amigos y familiares, especialmente cuando no se puede estar físicamente juntos. Del mismo modo, los selfies son un mecanismo de validación y autoafirmación, ya que cada like permite a las personas disfrutar de la sensación de ser apreciadas y reconocidas por su apariencia, gustos o por los momentos que comparten.
Al igual que los autorretratos de Rembrandt o de Goya en diferentes momentos de su vida, los selfies también pueden funcionar como una especie de diario visual, documentando cómo cambia la apariencia de una persona con el tiempo o recordando momentos o lugares específicos.
También son campos abonados para la experimentación y la creatividad técnica, a través de los filtros, la toma de fotos desde ángulos interesantes, con ropa o accesorios exclusivos o desde entornos privilegiados.
Del retrato como forma de arte al retrato como forma de entretenimiento
La creación de retratos utilizando inteligencia artificial (IA) ha aumentado en popularidad en los últimos años debido a la innovación tecnológica que hecho posible que las máquinas aprendan y repliquen el proceso creativo humano. Esto se ve especialmente en el desarrollo de las redes neuronales convolucionales (CNN) y los modelos generativos adversarios (GAN), que pueden producir obras de arte digital realistas.
En la actualidad, la IA ofrece una forma de crear arte que no requiere habilidades manuales tradicionales de dibujo o pintura. Esto permite a más personas explorar el proceso creativo y experimentar con la creación de retratos. La eclosión de apps como Lens.a o de páginas como Dall-e 2 facilita que cualquier persona pueda generar imágenes o retratos basados en diferentes estilos en muy pocos segundos, y con una calidad sorprendente.
La IA también permite generar retratos de personas que no existen o mezclar diferentes características de personas de forma única y original, lo que abre nuevas posibilidades para explorar temas de identidad, representación y percepción: el cambio de género, de edad o de estilo son algunos de los ejemplos más habituales.
Conclusiones
El uso de IA en la creación de arte plantea preguntas interesantes sobre la autoría y la naturaleza de la creatividad. ¿Puede una máquina ser verdaderamente creativa? ¿A quién pertenece el arte que una IA produce? Estas cuestiones están impulsando a artistas y científicos a explorar este campo, tanto desde el punto de vista de la amenaza como desde el de la oportunidad. De este modo, proliferan talleres, tutoriales, cursos, bootcamps y todo tipo de recursos y expertos improvisados que enseñan a generar mejores prompts con los que conseguir resultados más precisos y adecuados al propósito para el cual las imágenes son generadas.
Al igual que en el Renacimiento y en el Barroco, la creación de retratos con IA es un área emergente que se encuentra en la intersección de la tecnología, el arte y la filosofía, y está impulsada tanto por la curiosidad y el deseo de explorar nuevas formas de creatividad.
Del mismo modo que buena parte de la creación de retratos en el renacimiento y en el barroco tenían un objetivo mercantil, los retratos generados con inteligencia artificial pueden tener aplicaciones comerciales (videojuegos, modelos virtuales, páginas o blogs, videos de influencers, etc.) o, simplemente, ser generadas como entretenimiento para satisfacer la curiosidad y quizás también el ego de su creador. El tiempo y las personas dirán si pasan a engrosar los anales de la historia del arte universal.